viernes, 25 de mayo de 2012

La Laguna: Los sobrevivientes del arsénico (Parte II)

Agosto de 2011
Periódico Vanguardia
Nota por: Jesús Peña


 FAMILIAS ENVENENADAS
Doña Lidia Rodríguez Martínez es una de las vecinas más famosas de Covadonga, otro llano de casuchas de tierra por donde atraviesa un canalón de aguas verdosas que riega la alfalfa sembrada en los límites de esta comunidad, con aires de pueblo fantasma.


De todas partes han venido los reporteros de las televisoras y los periódicos para difundir el caso de doña Lidia. Ella es una de las tantas mujeres del área rural de la Laguna afectadas por beber, en forma prolongada, agua con elevadas concentraciones de arsénico. “Mire”, dice y se levanta la falda hasta mitad del tobillo  para mostrar la úlcera, entre negra y morada que se le ha formado en su pie izquierdo.






“Sí, es por el arsénico”, confirma doña Lidia y luego se jala la blusa por el cuello para enseñar las manchas cafés y esas como “chichitas” que hace tiempo le brotaron en el pescuezo.


Una de las investigaciones más recientes desarrolladas por el departamento de Biología Celular y Ultraestructura en el Centro de Investigación Biomédica de la Facultad de Medicina de la UAdeC Unidad Torreón, revela cómo el consumo crónico de agua con arsénico, ocasiona incluso daños a nivel del ADN de las células y alteraciones en la estructura y calidad de los espermatozoides en los varones.


>El estudio que fue aplicado en pobladores del ejido Lequeitio, una ranchería de Francisco I. Madero, Coahuila, por el doctor Javier Morán Martínez, especialista en Biología Molecular y Genética, se hizo acreedor en 2005 al Premio Estatal de Ciencias, sin que ello signifique necesariamente que haya atraído la atención del Gobierno.


“Encontramos células (espermatozoides) con doble cabeza o una cola enrollada, así como un moñito o la cabeza totalmente amorfa y encontramos que esto puede provocar un retraso en la concepción, gente que ha durado un año o dos para tener hijos, sin que haya ningún método anticonceptivo. 


“No hubo una seriedad ni una atención plena para estos resultados, Se ha hecho caso omiso y por lo tanto el hecho es el que el hidroarsenicismo ya está en las ciudades de Lerdo, Gómez Palacio y Torreón”, señala Javier Morán, el titular de esta investigación.


El doctor le dijo a doña Lidia que era el arsénico y le recetó unas pomadas para que se las untara en la herida, que ya le cerró, pero que le vuelve a abrir, le arde y se le hincha cada que doña Lidia se moja los pies lavando la ropa de sus nietas y una hija desempleada que viven con ella.


“Del arsénico no nos dicen nada, simplemente que no tome uno agua de la llave, que compre de galón”.


Platicamos una mañana a la puerta de su casa de adobe con techumbres de  maderos apolillados y protegida por el frente con una cerca, también de tablas. Doña Lidia cuenta que hace años el Gobierno clausuró los pozos y norias que abastecían de agua a la comunidad de Covadonga, luego que varios monitoreos dieron altas concentraciones del veneno letal en el líquido del poblado.


“No había de dónde tomar y agarraba uno agua de los pozos”, revela.  


Covadonga, lo mismo que otros ejidos laguneros cercanos, fue conectado a una red por la que corría agua, se dijo entonces, traída de zonas libres de este metaloide, que con el tiempo, y por efectos de la sobreexplotación de los mantos acuíferos en la Laguna, acabaron por contaminarse.


“No es de ahorita, pero nunca habían hecho nada y pos… a lo mejor ni se ha hecho nada, porque sigue igual esto…”. 


La instrucción de las autoridades de salud para los habitantes de ésta y otras comunidades, fue que debían tomar agua embotellada y usar el líquido de la llave sólo para bañarse, lavar platos o cocinar.


La medida resultó cara para las pobres y numerosas familias del poblado, que a veces no tienen ni para comer, menos para comprar un garrafón de agua purificada que aquí llega a costar hasta 25 pesos. “Cuando no hay pa’ la de garrafón, toma uno de la llave, tiene uno que tomar agua”, dice la mujer parada junto a un tambo de plástico, donde almacena agua de la red.  Doña Lidia narra que hace tres años el Gobierno de Coahuila mandó instalar en esta comunidad, como en otras de la Laguna, una máquina purificadora que removía el arsénico del agua a través de un proceso llamado de ósmosis inversa, y que echándole tres pesos por una ranura llenaba un garrafón de 18 litros. Hace más de seis meses la máquina se descompuso y es fecha que nadie ha ido a Covadonga para repararla.    Los vecinos de este pueblo, así como de la mayoría de los ejidos de la Comarca Lagunera, están condenados a seguir tomando agua envenenada.


“Me querían operar, me querían arrancar la carne nomás que yo no me dejé, le dije al doctor  ‘no mejor así déjeme, déme medicina’,  me dio medicina y parece que sí me cerró la úlcera, porque la tenía más grande¨, cuenta doña Lidia.


Confiesa que tiene miedo que algún día le vaya a pasar lo que a su papá, quien se fue a la tumba amputado de las piernas y tapizado de manchas negras y granos por todo el cuerpo.


“Cuando él murió se le hizo el cuerpo como un carbón quemado. En sus manos tenía como unos granitos así y luego le hacían así y le salía como un polvito amarillo”, narra y dice que al igual que su padre, en Covadonga ha habido muchos casos de hombres que han muerto mutilados por el filo del arsénico.


A unas cuadras de ahí vive don Eliseo Espino Ramírez, otro ex jornalero de 61 años que ahora se quita la venda para dejar ver su pie negro y amputado a la altura de los dedos a consecuencia, le dijo el médico, de la diabetes que padece. 


“Sí, es que me salieron como unos callos aquí y luego unas heriditas…”, dice parco.


Al respecto, una investigación realizada en 2004 por la Universidad Juárez del Estado de Durango, reportó que la ingesta prolongada de agua contaminada con arsénico, contribuye al desarrollo de diabetes, y que aún en las personas no diabéticas el arsénico puede provocar una estrechez en las arterias, con una disminución en la circulación en las piernas, que más tarde resulta en una enfermedad descrita por investigadores taiwaneses como pie negro.


¨La gente que toma más arsénico tiene más probabilidad que le dé diabetes. La diabetes no la causa el arsénico, es una enfermedad multifactorial donde el componente genético hereditario es muy importante, aquí lo que el arsénico hace es que facilita el desarrollo de la enfermedad¨, explica Gonzalo García Vargas,  investigador de esta institución.


Lo que más le preocupa a doña Lidia es el futuro de sus hijos y sus nietos. 


“Pidiéndole a Dios que a mis hijos y a mis nietos no les salga nada de eso, porque es feo y peligroso”.


Adrián Ortega Guerrero, investigador del Centro de Geociencias  de la UNAM, campus Juriquilla, Querétaro, señala que a la Laguna, donde ya se han reportado más de un millón de persona afectadas por el arsénico en mayor o menor grado, se le conoce como un foco rojo, tanto a nivel nacional como internacional. Por algo representa un ejemplo clásico de la literatura sobre los efectos que causa en el humano el beber agua contaminada con este  metaloide.


“Y yo pregunto ¿por qué se dejó llegar a esta situación?, si este fue el plan desde hace muchos años, fue un plan muy perverso”, dice Ortega Guerrero.




CONSUMIENDO PUEBLOS


El verano en el pueblo de Finisterre, donde el olor a miseria y abandono se puede respirar a kilómetros, es realmente castigador. Es en una de esas casas altas y de espesas paredes que vive, o tal vez mejor sería decir sobrevive, lacerado por el cáncer de piel, un anciano ermitaño llamado don J. Manuel Donato Mejía. “Hubo un doctor que vino aquí y me dice ‘¿pos qué le damos, si no hay nada,  puro cáncer?’, le digo ‘pos sí, puro cáncer’”, cuenta el hombre, que hace rato se quitó su camisa y después la camiseta de tirantes para mostrar su medio cuerpo, espalda y costillar, lleno de manchas cafés y verrugas, hasta la cabeza.





Don Manuel nos recibe una tarde soporífera sentado en una silla metálica a la entrada de su vivienda, para decirnos que a él, como a miles de habitantes de la Comarca Lagunera, el cáncer se lo está comiendo vivo. Y así pasa las horas, arrancándose las verrugas y callos nuevos que día con día le brotan de sus pies hinchados por la acumulación del arsénico que bebió en el agua por más de siete décadas, desde que llegó a la Laguna proveniente de Nochistlán de Mejía, Zacatecas, para trabajar en los campos de algodón, “ya me arranqué uno de aquí hasta acá, ‘ire’”, platica alzando su pie. 


Parece que lo único que no ha perdido don Manuel a sus 93 años, es su voz de trueno y la lucidez extraordinaria con que cuenta que un día el hambre lo hizo huir de su tierra hacia la Laguna, que fue después que se fue a trabajar de bracero a Estados Unidos, pero regresó a Finisterre, tuvo mujer y ocho hijos y fue el dueño de una tienda muy grande que hace seis años, como él ahora, ardió en llamas. 


¨Estalló un tanque de gas y todo se quemó¨. Don Manuel se tiró a las calles a mendigar.


-¿Cuándo le salieron las manchas?


“Hace vientitantos años¨, responde mientras se rasca la espalda con su camiseta de tirantes a manera de serrucho y platica que la comezón le pega siempre a eso de  las 8 o 9 de la noche, ya para acostarse”.
-¿Los doctores que le han dicho?


“Nooooo los doctores…. ¿Pos qué?, que estoy bueno de la sangre, pero les digo ‘no,  yo estoy bien malo’, tengo la espalda bien mala”, revira. 


Lo peor es que en ejidos como Finisterre, el Cántabro y San Salvador, el agua que llega de la red, y que por cierto viene sucia, ha comenzado a escasear, por lo que los lugareños se ven forzados a acarrear el agua de las norias que hay en las pequeñas propiedades y que según  análisis  realizados por la Universidad Juárez del Estado de Durango, es la más contaminada con arsénico en toda la región.


Matilde Suárez, la auxiliar de salud y con quien charlamos a nuestra llegada a Finisterre, sabe bien de eso.  


“¿Esa es agua de calidad?, ¿verdá que no?”, dice y acerca una botella de Big Cola de un litro y medio, que contiene una agua turbia y con basuras que cada tres o cuatro días les llega por la red.  


“Ésa no es agua de calidad”, se contesta a sí misma y dice que el Gobierno tiene que dar ya una solución al problema del agua envenenada.


Doña Mati, como es conocida por la gente de esta ranchería, cuenta que hace algunos años vino al lugar un grupo de doctores, nos recuerda si chinos o japoneses, que se ofrecieron realzar análisis médicos gratuitos a la población de Finisterre. 


La totalidad de los casos analizados resultaron con arsénico.


Recientemente el Gobierno anunció una inversión de 52 millones de pesos para la instalación de filtros, con los que se removerá el arsénico en siete pozos de Torreón y cinco en Gómez Palacio. Esto después que en marzo de 2010 se detectaran 21 fuentes de abastecimiento que registraron concentraciones de este veneno por arriba de los ,70 microgramos por litro de agua, (la OMS sugiere .10 microgramos por litro). 


Por enésima vez, los ejidos del área rural de La Laguna no fueron tomados en cuenta.   


En el zaguán de la casa de don Manuel, el tufo de orines añejos se mezcla con el olor a pobreza fermentada.


“Salúdenme al que es Gobernador, que visite a los indios, díganle, ‘dijo el que le pidió la pensión’”, vocifera don Manuel, desde su silla de metal, sintiendo cómo la vida se le va yendo por los poros.   




VIDAS MUTILADAS


Don José Manuel Zavala Hernández frunce la cara cuando se acuerda de los ardores punzo cortantes que le provocaban los gusanos en su brazo infestado de gangrena.






“Lógicamente que era el agua con arsénico”, responde sin vacilar, cuando se le pregunta porqué es que desde hace cinco años camina como alma en pena por las calles del Cántabro con el brazo derecho cortado hasta el hombro.


Un como padrastro u hongo, no sabe explicar, que le salió en la punta de su dedo pulgar, marcó el comienzo de su infortunio.


“Yo hice desidia de un dedo, el pulgar éste”, nos cuenta una tarde que lo encontramos rondando a las afueras de la Unidad Médica del IMSS del Cántabro, municipio de Francisco I Madero, rogando como judío errante por que alguien le ayudara a conseguir una incapacidad de por vida. 


“¿Cómo le haré yo pa una incapacidá?”, pregunta al viento don José y los curiosos que pasan por el lugar no pueden evitar voltear a verlo extrañados. 


Don José, 65 años, es un hombre alto, de cuerpo espigado y voz estruendosa. 


Entre su plática atropellada cuenta cómo aquel padrastro en su dedo pulgar se convirtió pronto en una gangrena que le corrió a la mano y después al brazo derecho,


“Tenía lombrices. Las lombrices comen hueso y comen carne, se van desarrollando. Usté siente como una comezón y ardores punzo cortantes”.


El médico ordenó amputar y después de estar 27 días encamado en Torreón, Don José salió del Universitario caminando sin gusanos, sin comezón, sin ardores punzo cortantes y sin su brazo derecho.




“Conmigo no se han presentado pacientes, además yo ya me voy de aquí”, son las palabras de la encargada de la Unidad del IMSS en el Cántrabro, cuando se le inquiere sobre la incidencia de cáncer y otras enfermedades registradas en personas por efecto del consumo permanente de agua con arsénico. 


Pero para Rosa Carmina González Alfaro, juez auxiliar primero de este poblado, queda claro que la gente de esta y otras rancherías aledañas, está “hasta la madre” de arsénico. 


“Aquí nos mandan a la fregada, no nos hacen en el mundo, hasta cuando ya ven que uno está hasta la madre es cuando viene la gente, como por ejemplo ustedes. Dicen las enfermeras ‘traten de comprar agua purificada’, y digo ya para qué,  si ya estamos hasta las cachas del arsénico”, revienta.








Más allá vemos a don José perderse como un fantasma por las calles tan silenciosas como pobres del Cántabro.

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